Que un diagnóstico no te limite
Mi nombre es Natasha Hazevich Mulka, soy de Paraguay y, en junio de este año recibí mi título de Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Adventista del Plata (UAP). Pero en realidad, esto vendría a ser el final feliz de esta etapa de mi historia y lo que te quiero contar hoy se encuentra un poco más atrás en el tiempo.
Durante mi infancia crecí como como una persona normal, con tan solo una pequeña diferencia de la cuál no iba a ser consciente hasta mucho más adelante en mi vida: mi cerebro funciona de manera diferente al de la mayoría de la gente. De pequeña siempre destaqué en el área académica: aprendí a leer a los tres años y a los cinco comencé a cursar el primer grado. Pero, al mismo tiempo, toda mi vida estuve rezagada en lo social comparada a personas de mi edad, era como si todos los demás hubieran recibido un manual secreto que les enseñaba como interactuar socialmente, un manual que se habían olvidado de darme a mí. Incluso ahora, sigo prefiriendo estar sola la mayoría del tiempo, no me gusta conversar con otras personas y si tengo que hacerlo no soy muy elocuente, y me cuesta mucho establecer contacto visual con los demás. Mientras crecía, todos estos factores fueron considerados como parte de mi personalidad “extremadamente tímida”.
Fue así como fueron pasando los años y mi afición a todo lo relacionado con la lectura, la escritura y los libros se mantuvo. Cuando llegó el momento de elegir una carrea universitaria, sabía sin duda alguna, que quería estudiar algo que tuviera alguna relación con esto. Por otro lado, el sueño de mis padres siempre fue que algún día yo llegará a tener un título universitario, y como familia adventista, estaba el sueño de que pudiera estudiar en una institución también adventista. Más específicamente, estudiar en la UAP era el gran sueño que mis padres tenían para mí, y que luego se volvió el mío propio.
Y cuando llego el momento de tomar una decisión en cuanto a mi futura carrera, la que parecía gritar mi nombre llamándome era la de Comunicación Social, con materias como Literatura Universal, Taller de Redacción, Comunicación Escrita, que ni había cursado aun, pero sabia con certeza que iba a amar. Si bien parecía ser la elección correcta, también sabíamos que iba a suponer un gran desafío, ya que, paralelamente las otras áreas de lo que implicaba la comunicación social nunca habían sido uno de mis puntos fuertes. Finalmente, tome la decisión de aceptar el desafío con la esperanza de que iba a ser un modo de trabajar en mis puntos débiles y quizá mejorarlos con el tiempo.
Así fue como me lancé de cabeza a la vida universitaria, y así también, fue como descubrí que tenía por delante un recorrido mucho más desafiante de lo que había esperado. Los primeros días fueron los más difíciles, tuve que cambiar mis rutinas, acostumbrarme a un entorno nuevo, a personas desconocidas, e incluso a culturas diferentes. En el área académica también tuve muchas dificultades, tanto con los trabajos grupales, las exposiciones y la participación en clases (cosas en las que, al ser estudiantes de comunicación, se esperaba que no tuviéramos dificultad alguna y que nos salieran naturalmente), como en otros aspectos más teóricos donde a veces había conceptos o simbolismos que no llegaba a comprender.
De esta forma fueron pasando mis años en la UAP, y cada año se me hacía más difícil que el anterior. Había días que no daba más del agotamiento y el estrés que todo implicaba. Tan solo estar en clase rodeada de compañeros conllevaba un gran esfuerzo de mi parte. Fue así como en mi ultimo año de cursado, comenzó la sospecha de que quizá todas mis dificultades tenían una razón de ser mas allá de ser simplemente “tímida o introvertida” y así finalmente, luego de meses de consultas, se llegó a un diagnóstico que nos sorprendió a todos: Síndrome de Asperger.
Para los que no lo saben, el síndrome de Asperger forma parte del Trastorno del Espectro Autista (TEA) desde 2013. El TEA es un trastorno del neurodesarrollo que afecta principalmente a la comunicación social y la flexibilidad del pensamiento y del comportamiento de la persona que lo presenta. Esta es una condición que suele ser diagnosticada ya en la temprana infancia, pero también es una condición predominantemente asociada a los niños y hombres, y la misma es significativamente infradiagnosticada en niñas y mujeres a pesar de que son muchas las que son afectadas por el Asperger.
Obviamente, el ser diagnosticada recién a los 20 años hizo que no recibiera toda la ayuda que podría haber recibido al ir creciendo y de esa forma evitarme muchas situaciones difíciles. Pero como cristiana, creo que Dios tiene un plan para mi vida y que Él sabe porque permitió que pasaran esas cosas y porque puso esos obstáculos en mi camino. Estoy agradecida de finalmente tener un diagnóstico, ya que esto me ayuda a comprender mejor mi realidad y encontrar mejores formas de enfrentar las dificultades. Ahora sé que hay ciertos aspectos de la vida diaria que nunca me van a salir con tanta naturalidad como a otras personas, y que siempre voy a tener que hacer un trabajo extra para poder llevarlos a cabo satisfactoriamente. Pero, por otro lado, también se que Dios puede obrar milagros, y los obra diariamente en nuestras vidas sin que nos percatemos, por lo que no voy a dejar que mi diagnostico me defina, ni que me limite, ya que todo aquello que puede llegar a parecer imposible, es posible si lo dejamos en las manos de Dios y tenemos la fe suficiente.
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