1
agosto 2019

El puente Blanco

Cada vida ocupa un lugar, un espacio de afecto y efecto que se reproduce en inconmensurables sucesos que impresionan sensiblemente a la persona y su entorno.

En la Universidad Adventista del Plata conviven miles de individuos que conforman una comunidad educativa internacionalizada, heterogénea, cuya diversidad es una virtud y su ecléctica mirada, provoca un escenario inclusivo, propio y familiar.

Las historias personales se conjugan con los hechos cotidianos y demarcan una atmósfera diferente en un campus universitario sustentado en valores y en el servicio desinteresado hacia los demás.

No se puede pasar por alto la cosmovisión cristiana que señala el norte institucional en todas sus variables. Pero no es solo corporativo, lo es también personal. Y en todo este contexto está Dios, actuando en la vida de todos, dando evidencias irrefutables de su amor, poder y un inquebrantable sentido de pertenencia para con sus hijos.

El Prof. Eduardo Silva es coordinador de las instituciones educativas que funcionan en la UAP ante el Consejo General de Educación provincial. Como muchos docentes en la Universidad, trabaja denodadamente en formar estudiantes que caractericen la misión y la visión institucional de esta Casa. Es decir, su vocación es ser un mentor, una relación de desarrollo personal motivada por el servicio y por ocuparse por el otro y para él.

Como muchas otras, su historia se remite en un resultante obvio: la influencia.

A continuación, UAP Noticias reproduce un texto que el mismo docente compartiera con su círculo de conocidos y que lleva por título, El Puente Blanco.

«El cerebro humano es la estructura más compleja del universo, tanto que se propone el desafío de entenderse a sí mismo». (Mateo Niro)

Es lo que pasa por mi cerebro y trato de ponerlo en palabras en este breve relato.

¿Qué de atractivo, curioso o interesante podría tener este título?

Para muchas personas no sería relevante, pero para quienes vivimos o frecuentamos Libertador San Martín, en Entre Ríos, el «Puente Blanco» es un monumento a esta localidad entrerriana. Antiguo, angosto, peligroso, siempre de color blanco. Si le preguntáramos a cualquier habitante de este paraje que nos indique dónde queda, que nos cuente alguna anécdota, alegre, bizarra o trágica, muy seguro se entusiasmará dándonos detalles finos de la ubicación y de las cuestiones allí sucedidas en el tiempo o en el presente.

Para quienes fuimos estudiantes del pasado Colegio Adventista del Plata (CAP), o de la presente UAP, es el lugar donde nos escapamos a pescar, a comer un asado, o a dar nuestro primer beso de enamorados, claro, a escondidas de los ojos meticulosos de los preceptores en el pasado, o en libertad cristalina como se acostumbra hoy.

Allí, en el Puente Blanco terminan los dos kilómetros de la vía aeróbica y es la meta de las personas que caminamos por esta. Al llegar, nos invade la sensación de estar haciendo lo correcto: elongamos, respiramos profundo, nos sentimos bien, satisfechos. De reojo observamos el caserío blanco que descansa en la colina y espera nuestro regreso, las endorfinas generan una energía positiva y comenzamos el regreso con entusiasmo. Moverse, caminar, pensar y observar cosas bellas nos devuelven la salud. La química de nuestro cerebro se dispone a generarnos sensaciones de bienestar.

Llegamos de la caminata y comentamos con amigos o familiares: «Che fui a caminar al Puente Blanco». ¡Pareciera que tiene cero mérito ese comentario, es algo tan común en Libertador San Martín como decir buen día!

Pero cuando tu cardiólogo te dice: “Tu corazón no está bien, por ahora no camines al Puente Blanco, movete en tu casa, no vayas solo hasta ese lugar. ¡Al puente no!”, entonces, ir a ese lugar, ¡se transforma en un objetivo de vida!

Pasaron 67 días desde que desconectaron mi corazón por dos horas y lo conectaron a una máquina para hacerme una cirugía. Cruel postoperatorio, dolor, ansiedad, insomnio, fragilidad, desánimo. Moverme, a penas con ¡mucho cuidado! Volvían a mi mente mis caminatas a aquel mítico puente. Imposibles ya, inalcanzables, algo que disfruté en el pasado, eso pensaba.

Hoy volví al Puente, créeme que con cada paso hacia ese lugar pasaban por mi mente mis amigos, mi familia, mis médicos; pensaba en Dios, que estaba presente en el sol radiante, en la brisa suave y en los rostros jóvenes de chicos que avanzaban con el bullicio propio de una juventud dorada.

¡Hoy volví al Puente Blanco, recuperado, feliz! Fue la caminata más linda de mi vida, todo el paisaje parecía más verde, más colorido, más precioso. Dios me ha dado otra oportunidad para vivir plenamente, amando más, respetando más, sirviendo con esmero, pensando mejor, valorando cada detalle de la vida. Volver al Puente Blanco es volver a la vida, a respirar profundo y, fundamentalmente, agradecer a Dios.

Prof. Eduardo Silva