16
junio 2022

Recordar es vivir

Desde el Centro de Investigación White que funciona en la Universidad Adventista del Plata (UAP), se conmemora el 20 de junio, fecha de la muerte de Manuel Belgrano, con este escrito de Tatiana Moreno, estudiante de la Facultad de Teología.

El conocido dicho, “recordar es vivir”, expresa una importante realidad. Es por esto por lo que en este breve artículo quisiera que recordáramos un poco de la historia del mensaje adventista, de manera que podamos revivir en nuestra mente los hechos que trajeron este valioso mensaje a nuestras manos. Para ello, en esta ocasión, mostraremos la relación que hubo entre Manuel Belgrano (1770-1820), Manuel Lacunza (1731-1801) y Francisco Ramos Mejía (1773-1828) con el mensaje adventista.

Las creencias de Lacunza

Lacunza nació en Santiago de Chile en 1731. Fue ordenado como sacerdote e ingresó en la Orden de Jesús. En 1767, los jesuitas fueron expulsados de Chile lo que lo obligó a inmigrar junto con otros seis compañeros con destino a Imola, Italia. En 1768, al dedicarse al estudio de las profecías bíblicas, quedó impresionado por el capítulo 20 de Apocalipsis. Como consecuencia, empezó a escribir la obra titulada La venida del Mesías en gloria y magestad. Esta tarea ocupó su vida desde 1775 hasta 1790. Lacunza escribe esta obra motivado por tres razones: (1) inducir a los sacerdotes para que volvieran al estudio de la Biblia; (2) neutralizar la influencia del iluminismo que estaba conduciendo a los creyentes a la incredulidad por falta de conocimiento del Señor Jesucristo, y (3) ayudar a los judíos para que conocieran cabalmente al Mesías.

Vale aclarar que, aunque el libro de Lacunza se terminó de escribir en 1790, ya para 1785 empezaron a circular sus manuscritos en Europa y América bajo el título: Papel Anónimo, sobre la Segunda Venida de Jesucristo. No se conoce de ningún otro libro que haya tenido tanta difusión antes de imprimirse.  Esta obra tiene cuatro traducciones al latín, dos al italiano, dos al inglés, una al francés –la cual nunca se publicó–, y nuevas ediciones en castellano: cuatro en España, dos en Inglaterra, dos en México y una en Francia.   Lacunza falleció el 17 de junio de 1801, probablemente debido a un ataque de apoplejía, razón por la cual no alcanza a ver su trabajo completo de forma impresa.

En la época se creía que el milenio simbolizaba mil años de paz en la tierra que precederían inmediatamente a la segunda venida de Jesús. Lacunza demostró que el milenio bíblico iniciará con la segunda venida de Jesús y la resurrección de los muertos en Cristo, y finalizará con la resurrección de los impíos.

En 1824, la Iglesia Católica, después de muchos debates entre laicos y sacerdotes, decide colocar esta obra en la lista de libros prohibidos. Pero entre los protestantes las ideas de Lacunza alcanzaron cierta aceptación, lo cual posibilitó más a delante el inicio del adventismo norteamericano entre 1831-1843.

En 1825 el pastor presbiteriano Edward Irving tradujo esta obra al inglés, gracias a los cual llegaría a manos de Guillermo Miller, quien más adelante iniciaría el “movimiento adventista”. La Iglesia Adventista del Séptimo Día encuentra allí sus raíces.

Manuel Belgrano y la impresión del mensaje

Manuel Belgrano nació en Buenos Aires en el año 1770, estudió Derecho y Economía en universidades españolas de Salamanca, Valladolid y Madrid.  En 1794, leyó la obra de Lacunza en la versión de la Isla de León considerándola incompleta. Por tal motivo, cuando fue enviado como diplomático a Londres, decidió realizar una edición de dicha obra, la cual es conocida como edición belgraniana en castellano, considerada por diferentes eruditos como la mejor versión en este idioma.  Dicha edición se imprimió en papel de alta calidad, en cuatro tomos de 24 x 15 cm, con un total de 1937 páginas, y se editó un total 1500 ejemplares. 

El creador de la bandera argentina comprendía muy bien el gran valor teológico que tenía la obra de Lacunza, donde se resaltaba la segunda venida de Cristo. Es por esto que probablemente muy pocos hombres alcanzaron un conocimiento más cabal de aquella obra.  Su gran convicción lo llevó a publicar esta costosa obra, sin importar su extensión y sin escatimar en la calidad de los materiales que empleó en ella.

Cabe resaltar la gran contribución que hizo Belgrano a los latinoamericanos encendiendo la luz de la fe adventista y de la esperanza del pronto regreso de Cristo, la cual ha pasado de generación en generación hasta la actualidad.

Ramos Mejía y su pensamiento

Francisco Ramos Mexía nació el 20 de noviembre de 1773 en Buenos Aires. Se desempeñó como concejal del gobierno de Buenos Aires, entre otros puestos. A pesar de haber sido instruido en teología católica, su estudio personal de la Biblia lo llevó a adoptar ideas más cercanas a las iglesias protestantes. Anticipándose a los milleritas sabatistas norteamericanos, ya en 1821 comenzó a guardar el sábado como día de reposo. Así se lo pudo considerar entonces, como el primer adventista del séptimo día del mundo.

Ramos Mejía se interesó tanto por la obra de Lacunza que se encargó de transcribirla por completo por miedo a que pudiera perderse. Esto sucedió antes del 28 de diciembre de 1814, fecha en la que el general Belgrano viajó a Londres e imprimió este manuscrito. Ramos Mejía fue un gran lector de Lacunza y, por consiguiente, también fue un extraordinario investigador de las Sagradas Escrituras.  Poseía uno de los 1500 ejemplares de la edición de Belgrano que llegaron a Buenos Aires. No solo leyó esta obra exhaustivamente, sino que la estudió, anotando numerosos comentarios en sus márgenes. Uno de los tomos de Ramos Mejía ha sobrevivido hasta nuestros días y fue donado anónimamente al Centro de Investigación White, donde se encuentra en exhibición.

Ramos Mejía tenía como objetivo llevar este conocimiento de la fe bíblica a los pueblos nativos, es por esto que hallamos gran verdad en lo que dice Hammerly Dupuy, en el libro Defensores Latinoamericanos de una Gran Esperanza.

“El sentido de la vida de Francisco Ramos Mejía se halla en una fe que busca en las páginas de las Sagradas Escrituras el deber del hombre hacia el Creador y del hombre para con su prójimo. Habiendo escuchado en el fondo de su conciencia cristiana el llamado de la redención del indígena, marchó hacia el confín de la civilización y cruzó las fronteras para encontrarse con los aborígenes y establecerse donde aquellos pudiesen conocer la fe cristiana, tal como él la había entendido, y como creía que debía cumplirse en el plano de la realidad cotidiana”.

Recordar la importancia de la obra de Lacunza y como esta fue utilizada para iluminar a aquellos que no tenían clara la certeza de la segunda venida de Cristo, así como resaltar la responsabilidad que sintieron Belgrano y Ramos Mejía de compartir esta verdad que habían recibido, solo debe motivarnos a vivir compartiendo esta luz que se nos ha sido otorgada y que muchos aún no conocen. No olvidemos que “recordar es vivir”.

 

Tatiana Moreno, estudiante de la Facultad de Teología