13
agosto 2020

«Jesús, ayúdanos»

Carlos Biaggi y su familia vivieron horas de angustia al momento del azote de la explosión que asoló buena parte de la ciudad de Beirut, el 2 de agosto. El egresado de la UAP comparte la experiencia que les tocó vivir.

El primer martes de agosto de 2020, la ciudad capital del Líbano, Beirut es sacudida. Aún no alcanzan las agujas a marcar la hora 17:30. La dinámica de esta antigua urbe que alberga a 3,5 millones de habitantes es interrumpida por una explosión de casi tres mil toneladas de nitrato de amonio, depositadas en el barco Rhusos (Moldavia), confiscado en 2013 por las autoridades libanesas y que anclaba, como olvidado e inadvertido, en el Puerto de Beirut, epicentro de esta catástrofe.

La fuerte onda expansiva alcanzó los diez kilómetros, dejó como saldo más de 130 fallecidos, más de 4000 heridos, alrededor de 300 000 habitantes quedaron sin hogar, además de daños que se distribuyeron en toda la ciudad. «Fue una explosión tremenda», comenta en general la población libanesa (como difundieron los distintos portales de noticias del mundo), penosamente acostumbrada a los embates de las guerras intestinas y con países vecinos, pobladores que testimonian no haber vivido una circunstancia tan apabullante, destructiva y repentina como esta.

El hogar de Carlos Biaggi tiene residencia en una colina al este del principal puerto del Líbano, ubicado en la parte oriental de la bahía de San Jorge, en la costa mediterránea, al norte de Beirut. En la tarde, minutos antes de la explosión, Silvana, su esposa subió a su vehículo en dirección al centro de la ciudad. Mientras que él y sus dos hijos Giuliana (13) y Giovanni (11) se dirigieron a un bosque ubicado en cercanías de su casa al este de Beirut, en Sabtieh, lugar donde se asienta el campus de la Universidad de Medio Oriente.

«Con la impronta de los chicos salimos hacia el bosque de pinos con la intención de construir una casita para disfrutar del verano que impera en estas latitudes. A cien metros de nuestra residencia sentimos la fuerte explosión, situación enérgica que nos dio la impresión de estar a pocos metros del evento. En ese preciso momento pasó por mi mente “esta es una bomba, tal vez como la de Hiroshima”. Abracé a mis hijos, nos echamos a tierra y comenzamos a orar en voz audible “¡Jesús, ayúdanos!”, instancia que se concatenó con una nube de calor que pasó por encima de nuestros cuerpos, que nos impactó; luego pudimos ver el hongo negro, que se trastocó a color naranja, que emergía del Puerto de Beirut. Enseguida, volvimos a la casa. Llamé a mi esposa y me confirmó que se encontraba bien. Con mis hijos nos trepamos al techo de nuestro hábitat (la colina en donde está el campus de la Universidad tiene unos 200 metros de altura con respecto a la ciudad), para ver lo que había sucedido en el puerto, ubicado a seis kilómetros en línea recta de nuestra vivienda».

El Mag. Carlos Biaggi es un egresado de la Universidad Adventista del Plata y, hace cinco años y medio llegó como profesor a la Facultad de Administración y, desde hace tres años es decano de esta unidad académica de la Universidad de Medio Oriente, Casa confesional de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (IASD).

La potencia explosiva sacudió la geografía de este lugar, provocando un movimiento telúrico de 3,3 en la escala de Richter. «La onda expansiva provocó destrozos y, algunos vecinos próximos a nuestra casa, que coincidentemente salían de sus hogares, fueron empujados hasta dos metros dentro de sus domicilios por el resultado de la fuerte explosión y la potente onda de calor que se extendió por el centro y periferia de la ciudad», comenta Carlos Biaggi.

La Universidad de Medio Oriente sufrió la rotura de mampostería y vidrios, aunque no se tuvo que lamentar pérdidas humanas. Además, la ciudad de Beirut cuenta con cuatro templos adventistas (tres en la capital y uno en la Universidad) y existen tres colegios (dos del nivel medio y uno del primario), cuyos edificios sufrieron los embates de la potencia explosiva, sin que hubiera heridos en ninguno de los trescientos miembros que la IASD que viven en Beirut. «Un buen número de brigadistas están limpiando y poniendo en orden la integridad de estos edificios, además de ya estar avanzando en planes de asistencia a los damnificados libaneses que perdieron sus casas y seres queridos», consigna el decano de la Facultad de Administración de la Universidad de Medio Oriente.

Por su parte, Silvana de la Rosa, esposa de Carlos se encontraba de compras en el centro de Beirut al momento de la explosión. «En ese instante ella entraba a un local comercial y cerraba una puerta de vidrio –explica Carlos–. Todo el frente del local es vidriado y, al momento del impacto de la onda expansiva toda la pared (cual una gran pecera), salvo la puerta (en donde quedó Silvana), explotó en el negocio. Fue un milagro lo que sucedió, y mi esposa no sufrió heridas de consideración».

Ante este episodio inesperado, Carlos Biaggi manifestó: «El Señor fue muy bueno con su pueblo, nos cuidó. Los daños materiales se pueden subsanar; y, en este instante, nuestros corazones se tornan hacia aquellos que necesitan de nuestro auxilio y contención. Amigos y conocidos están siendo ayudados para superar esta dura contingencia que nos tocó experimentar. Sin lugar a duda, Dios nos usará como canales de bendición para con el pueblo libanés», concluyó Carlos.