abril 2020
A 120 años del comienzo de las clases
El 20 de abril de 2020 se cumplen 120 años del comienzo de las clases del colegio adventista en la Colonia Camarero, Departamento Diamante, Entre Ríos. Como se sabe, los cursos anteriores se habían dictado en Las Tunas, Santa Fe, en 1899, lugar que muchos propusieron como asentamiento definitivo para la institución educativa. ¿Por qué, entonces, Camarero?
La decisión del traslado de Las Tunas a lo que hoy es Libertador San Martín se tomó en una reunión de adventistas dirigida por el pastor Frank H. Westphal (1858-1944) en el Colegio de Las Tunas, entre los días 22 y 23 de julio de 1899. Las clases se venían dando en una propiedad alquilada de esa pequeña localidad santafesina. Lo cierto es que la voluntad de la mayoría de los presentes en aquella reunión se inclinó por Camarero. ¿Por qué? El Dr. Walton J. Brown da las siguientes razones: (a) En Camarero se encontraban las 17 hectáreas de campo ofrecidas en donación por Jorge Lust (1856-1929), entre los arroyos Gómez y Paraíso. (b) Una buena parte de los adventistas de ese tiempo eran ruso-alemanes que vivían en la región cercana a Camarero, gente activa que se había entusiasmado con el proyecto.
De cualquier manera, la ubicación elegida tenía sus dificultades. Era una zona de difícil acceso, con malos caminos, a más de 20 kilómetros de las localidades de Diamante y Crespo. En tiempos lluviosos, esos caminos de tierra se transformaban en lodazales intransitables, hasta para conseguir alimentos. El pastor José W. Westphal dijo una vez: “El Colegio fue ubicado aquí porque no había medios suficientes para establecerlo en una localidad más cara”.
El Congreso de Las Tunas había decidido la compra de materiales y el inicio de la construcción de un edificio escolar en Entre Ríos. Así que F. H. Westphal compró ladrillos, los que fueron transportados a Camarero con medios propios por los miembros de Crespo. Los pocos obreros de la iglesia donaron dinero, como así también los adventistas de la zona, a pesar de que las langostas habían devastado sus campos.
Algunos promotores del proyecto, entre ellos el pastor Frank Westphal, el donante Jorge Lust y el director del colegio, Nelson Z. Town (1863-1936), subieron un día a la parte más alta de la colina y se arrodillaron en el pasto para pedir la dirección y la bendición de Dios. Mientras tanto, algunos vecinos no creían que se levantaría un colegio en ese lugar desolado, sin árboles ni mejoras. Se escucharon burlas. Cuenta Westphal que uno de ellos ofreció donar una cantidad significativa de dinero, pensando que nunca tendría que entregarlo. Creían que los mismos carros que habían transportado los ladrillos pronto volverían a llevárselos.
Se cree que la construcción empezó el 17 de octubre de 1899, con el trabajo voluntario del pionero Pedro Peverini (1849-1933), quien vino del norte de Santa Fe con su ayudante. Con sus limitaciones físicas, Town cocinaba y el pastor Westphal hizo de peón para acarrear ladrillos y preparar el barro. Dormían en una carpa y se cocinaba en una casilla fabricada con maderas prestadas de un gallinero desarmado. Dos meses después, Peverini se enfermó de sarampión y regresó a su casa. Westphal tuvo que arreglárselas como pudo, con alguna ayuda ocasional. En esos días Domingo Daliesi vino desde Las Tunas y donó los primeros árboles del colegio. Quien también se acercó en ese tiempo fue Luis Ernst, aquel joven uruguayo que había venido a prepararse en 1898 y había apresurado la decisión de crear el colegio. Llegó justo cuando un adventista de Santa Fe había abandonado el pozo que estaba cavando para aprovisionamiento de agua, por temor a los derrumbes. Westphal recuerda que Ernst oró en voz alta detrás de una pila de ladrillos y luego bajó para ahondar el pozo, de los 13 a los 21 metros, cuando por fin encontró agua pura y abundante. Los derrumbes continuaban de noche, pero nunca de día. Luis lo completó afirmándolo con ladrillos. Las paredes toscas de ladrillos asentados en barro se levantaron y se colocó el techo el primer día de diciembre.
Todos esperaban que el edificio estuviera más adelantado, cuando comenzó el año escolar el 20 de abril de 1900, con la construcción a medio terminar. N. Z. Town, contó con la valiosa colaboración de su esposa Sadie R. Graham y del profesor James A. Leland. Asistieron en total ese año 23 alumnos, 7 internos y 16 externos, aunque en la apertura sólo se encontraban 15 presentes. La llamada Carta Mensual, publicada por la Misión Argentina, informó que diez de los alumnos eran niños de entre 8 y 13 años de edad; los demás eran jóvenes de 15 a 25 años. Escribió el redactor: “Aunque hemos sido pocos en número, no faltaba la presencia del Señor, y al salir los estudiantes testificaron que habían recibido una grande bendición en la escuela. No hemos podido hacer como queríamos este año por falta de comodidad, y conveniencias, pero no obstante esto, casi todos los alumnos adelantaron bien en los estudios”.
¿Quiénes fueron esos alumnos? La nómina completa es desconocida, aunque algunos nombres fueron mencionados: Santiago Mangold, Jorge Block, Ignacio Kalbermatter, Pedro Kalbermatter, Luis Ernst, Emma Köhli y dos hermanos Bonjour (todos futuros pastores o maestros, de familias ruso-alemanas y suizas). ¿Para qué todo ese esfuerzo en tiempos de precariedad y carencias? La Carta Mensual concluye: “Nos da ánimo ver a tantos salir de la escuela a la obra. Es este el objeto de la escuela, es decir, preparar obreros para la obra. De ahí deberían salir predicadores, colportores, maestros, y otras clases de obreros”. Algo similar fue dicho por el pastor Westphal: “Lejos de cualquier ciudad, creció progresivamente, instruyendo a muchos obreros fervientes para el Maestro”. De hecho, ese año escolar duró sólo hasta el 20 de septiembre, pero con cinco meses de capacitación, tres estudiantes salieron para fundar tres escuelas de iglesia.
Hace 120 años, la infraestructura se limitaba a ese primer edificio, de techo de chapas (sin cielorraso) y cinco salas. Tenía forma de “U”, como las escuelas de la época, de 24 por 6, 5 metros. Un aula de 5 por 9 metros para clases y otras piezas de 4 por 5 metros para otros usos. Los alumnos traían sus camas o catres, colchones y ropa de cama. Las mismas sillas tenían que ser trasladadas entre la sala de clases y el comedor. Ese primer edificio ya no existe, salvo una maqueta conmemorativa levantada en uno de sus ángulos. Se lo usó para muchas cosas: capilla, aulas, dormitorio, imprenta, hasta su demolición en 1937. Sus ladrillos todavía están en las añejas paredes del taller.
Las cosas han cambiado en estos 120 años. El Colegio Camarero pasó a llamarse Colegio Adventista del Plata en 1908 y se convirtió en la Universidad Adventista del Plata hace 30 años. Sin embargo, sus objetivos siguen siendo los mismos: preparar señoritas y jóvenes para el servicio del Maestro, y educarlos para la eternidad.
Dr. Daniel Oscar Plenc
Dir. Centro Investigación White
Universidad Adventista del Plata
Abril de 2020